EL LARGO VIAJE DE PLACER.
Tertuliano se disponía a hacer marchar el camión cuando llegó Aniceto.
-Vengo a felicitarte -le dijo- y deseo que lo disfrutes con salud.
Tertuliano agradeció el buen deseo del amigo y comentó -por centésima vez- la forma en que se había hecho
propietario del camión.
-Era el último número de la rifa... El Indio me cargoseaba... y yo, nada... Fue entonces que llegó Bruno. Me debía un
peso que yo había dado por muerto hacía tiempo... Lo manoteó el Indio y quedé apuntao... ¿Y no va y sale?... Es que
la suerte cuando quiere tener algo contigo te compromete...
-Suerte y muerte se enamoran con verte -agregó Aniceto.
Así fue, pues. Y Tertuliano estaba allí con el camión. Hacía muchos años que deseaba tenerlo. Era un antojo de esos
que uno echa por delante para que le vaya cuarteando los días. Y un antojo hecho realidad es cosa linda.
Aniceto caminaba alrededor del vehículo con curiosidad.
-Le estoy detallando el estado -comentó- y creo que le falta pintura.
Sí. Ya lo había visto Tertuliano, que respondió:
-Le falta... Pero va a llevar dos manos de colorado... Y dos banderas a los costados...
Lo veía ya pintado, rodando velozmente por los caminos.
- ¿Te das cuenta, cuando este loco bien pintado ande por esas huellas?
Aniceto hizo un esfuerzo. También él lo vio con la imaginación.
-El asunto -dijo- es que no te dé por correr a lo loco y quedés "con la raíz pa arriba...".
-Soy de los que creen -respondió seriamente Tertuliano- que lo mejor es la marcha regular... Ni caracol ni
golondrina... Siempre fui partidario de la moderación y si algún día llego a tener una empresa al chofer que corra lo
echo.
-Es un favor que le hacés a él. Si no, capaz que se mata...
Se callaron un minuto, hicieron un cigarro y luego preguntó Aniceto:
- ¿Cuántos camiones "son" una empresa?
-Si la empresa es chica, tal vez tres... Si es grande cualquier cantidad.
-Era lo que yo pensaba -dijo Aniceto.
Siguieron hablando y Tertuliano le confesó que pensaba hacer un viaje largo, de puro placer, para conocer mundo
nomás.
-¿Un viaje largo entonces?
-Sí. Tal vez a Rocha.
-¿Lejos Rocha?
-Calculo que está lejos porque allí nace el sol... Y el sol tiene que salir lejísimos... Ese es el dato que te puedo dar...
Aniceto calló un instante y después preguntó humildemente:
-¿Y no te convendría llevar un peón?
Tertuliano pensó que un propietario de camión se rebaja un poco si él mismo lava el vehículo, cambia el agua del
radiador y tiene que juntar leña en el arroyo para hacer el asado, y contestó:
-No está nada lejos que te lleve...
El camión -un Chevrolet 1929- no estaba bien de pintura -eso lo sabía Tertuliano -pero estaba peor de alumbrado.
Uno de los faroles había sido fabricado con una lata de aceite y tenía un vidrio atado con alambre. El otro era "el
que el Indio le estuvo siempre por poner y nunca puso". Las cubiertas estaban gastadas mostrando las telas. Pero lo
principal -el motor- funcionaba cada día mejor "porque los motores de antes eran mejores de los de ahora".
-Por mucho -afirmó Aniceto.
Así que Tertuliano lo pintó bien de colorado y le dibujó dos banderas al costado. Las pintó él mismo, y cuando el
camión estaba parado parecían mal pintadas, pero al marchar eran verdaderamente lindas. Y muy raras además.
- ¿De qué país? -había preguntado Aniceto.
Disciplente respondió Tertuliano:
-No sé si habrá algún país con estas banderas...
Además compró un farol enorme con un aro de bronce ancho de cuatro dedos -un farol francés le dijeron- y se lo
colocó en el medio del radiador. Con estas mejoras el camión quedó precioso.
Tal vez fue aquélla la madrugada más linda del mundo. Llegaron al mercado, compraron un asado y pan, y mucho
antes de salir el sol partieron.
Habían marchado más de una hora cuando Tertuliano anunció:
-Voy a parar.
Pararon y descendieron.
-Hemos venido lindo -dijo Aniceto.
-Nunca he comprendido a la gente que anda ligero -dijo Tertuliano-. Tú vas despacio y después bajás, fumás un
cigarro y ves lo que hay para atrás.
-¿Lo que hay para atrás?
-Pues. Porque lo que ve el que maneja es lo de adelante nomás... Como te digo, ves todo y un día te encontrás
contándole todo lo que viste a los amigos.
Levantó la cabeza para ver más lejos y respiró hondo.
- ¡Qué aire!... Es porque viene de esa cantidad de campo...
-Mucho campo y niún alma -respondió Aniceto.
Tertuliano estaba -como era lógico, pues era el dueño del camión- por encima de la ignorancia de su compañero.
Consideró necesario ilustrarlo sin empequeñecerlo y lo trató de "usted".
-Mire, Aniceto: la gente existe... Créase. Lejos, pero está...
Aniceto miró el camino y preguntó:
- ¿Quedará lejos Rocha?
Tertuliano sonrió piadosamente:
-Lejos quiere decir lejos... Y cerca, cerca... Son dos cosas diferentes... Cerca quiere decir una bobada... Y lejos -
pensó un poco y siguió- quiere decir un misterio...
Y para aclarar mejor preguntó:
- ¿Usted sabe lo que es un misterio?
-Sí -dijo el otro-, un misterio es una cosa extraña... una cosa misteriosa...
-¡Ahí está!
Y siguieron fumando mientras el paisaje se iba haciendo más natural a medida que el sol ascendía.
Y al sol -precisamente- se dirigió Tertuliano:
-¡Dentro de dos o tres días te vamos a ver nacer, tigre viejo!
Llegaron a la ciudad. Recorrieron algunas calles y al fin bajaron en una plaza. Se sentaron en un banco a cambiar
impresiones.
-Considero -dijo Tertuliano- que es una ciudad que está progresando, pero tengo que decirte que nada me ha
llamado la atención.
-No tengo por qué pensar diferente -le respondió el compañero- porque lo que has visto es lo mismo que he visto
yo.
-Antesmente -siguió Tertuliano- las cuidades no progresaban, según oí decir a mi padre... Todas eran chicas y las
calles unos barriales bárbaros.
-Sin duda -respondió Aniceto- era porque había mucha ignorancia... ¿No te parece?
-No está nada lejos que estés en lo cierto -le respondió Tertuliano.
Pasaron la noche en una fonda "de puchero y guiso" y mucho antes del alba partieron hacia el Chuy. Justamente,
como suponía Tertuliano, el camino que conducía hacia el lugar terminaba "donde se terminaba el país y empezaba
el Brasil".
Ya sobre el fin del camino encontraron un policía sin duda despertado por el ruido del motor.
-¡Alto! -les gritó.
Ellos no sintieron el grito, por lo que continuaron la marcha.
Corrió el hombre y volvió a gritar casi sobre la cara de Tetuliano.
-¡Paren o les meto bala!
Tertuliano frenó el camión.
-¿Para dónde van y qué llevan?
-Para aquí nomás y no llevamos nada -respondió Tertuliano.
-¿Y que vienen a hacer aquí?
-A ver salir el sol -contestó aquél; y Aniceto preguntó inocentemente:
-¿Nos hace el favor de decirnos dónde mismo es que nace?
-En la comisaría nace. Bájense y síganme nomás.
Porque pensó que era peligroso llevar dos contrabandistas a su espalda cambió la orden:
-Bajen enseguida y echen por delante.
Tuvieron que esperar al comisario para que revisara el camión y les interrogara a ellos. A media mañana terminó la
investigación y fueron puestos en libertad.
En la calle consideraron la situación. ¿Se quedarían un día y una noche más, esperando allí, sin conocer a nadie, sin
tener en qué entretenerse? ¿Allí donde habían sido afrentados?
-No -dijo Tertuliano-, que me disculpe el sol... Por mí que salga donde quiera, que lo que soy yo no lo espero.
Estaban ya en su propia casa. Acababan de calentar el agua para el mate.
-Hermano -dijo Aniceto-, hemos hecho un lindo viaje, pero hemos visto poco ¿no te parece?
-No. Los viajes empiezan después que uno llega... Te lo digo yo que una vez fui a Montevideo, y recién cuando vine,
y le empecé a contar todo a los otros, ¡me di cuenta de que lo que había visto era una cosa bárbara!
Juan José Morosoli.
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